Hace más de dos años, al comienzo de la pandemia, cuando todavía sabíamos muy poco sobre el covid y su forma de propagación, mucha gente comenzó a obsesionarse con desinfectarlo todo. Incluso si solo salías de casa para ir al supermercado, al volver echabas la ropa a la lavadora, te duchabas y le pasabas un trapo con lejía a los cartones de leche. Ahora sabemos que es un virus que se transmite principalmente por vía respiratoria, pero en su momento aquellas acciones no parecían tan exageradas si pensamos que al mismo tiempo había operarios fumigando las calles. Quizá como consecuencia de esas distópicas imágenes, alguien debió pensar que si el coronavirus podía sobrevivir en el suelo, lo íbamos a traer hasta la cocina con nuestras propias pisadas. “No es necesario dejar los zapatos fuera de casa, para nada”, aclaraba el ínclito Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, en marzo de 2020, nada más comenzar el confinamiento. Nunca sabremos si esas declaraciones contribuyeron a despejar las dudas o a causar más alarma.

 

En cualquier caso, no es la primera vez que los científicos se preguntan si realmente la suciedad que introducimos involuntariamente en casa puede comprometer nuestra salud. De hecho, antes de la pandemia ya se había puesto en marcha un estudio internacional que pretendía aclarar hasta qué punto acumulamos partículas contaminantes: el programa 360 Dust Analysis y, más específicamente, el proyecto DustSafe. Liderado por científicos australianos, pretende analizar muestras de polvo de domicilios de todo el mundo para determinar de qué están compuestas las diminutas partículas que, a través de las ventanas o de nuestros zapatos, llenan de suciedad hasta los hogares más pulcros. El principal objetivo es encontrar posibles sustancias nocivas que supongan un riesgo. Si tenemos en cuenta que, según algunos cálculos, pasamos el 90% de nuestro tiempo en espacios interiores, no está de más tratar de averiguarlo.

Foto: Germán Orizaola. (Cedida)

El material radiactivo del polvo del Sáhara: el proyecto que averiguará qué estás respirando
José Pichel

Cualquier ciudadano puede participar siguiendo las instrucciones de la página web del proyecto (por el momento, aceptan muestras de Australia, Nueva Zelanda, EEUU, Canadá, Reino Unido y Europa, los lugares donde cuentan con investigadores que colaboran en la iniciativa; pero se puede contactar con los promotores para realizar envíos directos desde otros países y así poder ampliar la recolección, de manera que uno de los países que más han aportado es China). Aunque el trabajo se vio interrumpido por la pandemia, ya lo han retomado y han publicado los primeros análisis, que se pueden consultar ‘online’ en ‘Map My Environment’. Hasta ahora, la aportación de España es bastante modesta, porque solo aparece una muestra procedente de Galicia.

 

¿Qué es lo que han encontrado? ¿De qué está hecho el polvo que respiramos en casa? En 2019 publicaron un primer estudio en la revista científica ‘Environment International’ que recogía los datos de hogares de Sídney. Ya en 2021 analizaron específicamente la presencia de microplásticos, también en domicilios australianos, en un trabajo publicado en ‘Environmental Pollution’. Finalmente, un artículo más reciente aparecido en ‘Environmental Science & Technology’ agrupa datos de los 35 países cuyos habitantes se habían molestado en pasar la aspiradora y enviar una muestra a los investigadores, reuniendo en total 2.235.

Metales pesados

Los resultados están llenos de curiosidades. Para empezar y en contra de lo que diría nuestra intuición, apenas hay diferencias entre países ricos y pobres, cualquier hogar está expuesto a partículas contaminantes. Los componentes dependen más de las características ambientales de cada localización geográfica. Por ejemplo, en Nueva Zelanda destaca el arsénico porque las concentraciones de este elemento son altas de forma natural. El resultado es que un tercio de los hogares de este país supera los niveles de riesgo aceptable para la salud de los niños menores de dos años (según los estándares de la Agencia de Protección Ambiental de EEUU, EPA). Los investigadores advierten de que la exposición a arsénico puede relacionarse con problemas inmunológicos, respiratorios y con el cáncer de pulmón.

placeholderZapatillas. (Reuters)
Zapatillas. (Reuters)

En Australia, al problema del arsénico se añade el plomo, que también afectaría especialmente a los niños, en concreto, al desarrollo del cerebro y al sistema nervioso, causando problemas de comportamiento y desarrollo, según explicaron los autores del estudio en un artículo de la edición australiana de ‘The Conversation’. La excesiva contaminación por estos metales está presente en uno de cada seis hogares de este país. ¿Por qué? La hipótesis de los expertos, pertenecientes a la Universidad de Macquarie, en Sídney, es que los metales pesados se encuentran en abundancia en la calle por diversos motivos. En algunas localizaciones influye la actividad minera o industrial, mientras que el centro de las ciudades sigue contaminado desde la época de la gasolina con plomo o su uso en pinturas.

 

Otros países no se libran de problemas similares, aunque cada uno lleva su propia firma de metales pesados, que vienen determinados por cuestiones como los materiales de construcción o la actividad económica que rodea a los hogares. Así, en las muestras de Accra (Ghana) también hay grandes cantidades de plomo, al que se suman el níquel y el cobre. Los investigadores tienen una hipótesis muy clara: estos contaminantes tienen que ver con las toneladas de residuos electrónicos que proceden de Europa y se acumulan en un gigantesco basurero a escasos kilómetros del centro de esta capital africana.

 

La pregunta es si realmente estos datos se pueden correlacionar con problemas de salud. Los autores consideran que sí y ponen como ejemplo Nueva Caledonia, territorio francés ubicado en el Pacífico que presenta cifras elevadas de cáncer de pulmón y tiroides. En las muestras que han recibido de estas islas, los científicos destacan los altos niveles de cromo, níquel y manganeso. Estos componentes podrían proceder tanto de actividades industriales como de la composición de los suelos locales y acaban en el interior de las casas.

Las casas viejas y el tabaco

Al margen de estas diferencias geográficas, los datos de DustSafe permiten hacer otras deducciones. Una de ellas es que las casas antiguas acumulan más elementos nocivos. En general, el polvo en estos domicilios tiene niveles más altos de casi todos los metales, probablemente, porque acumulan más pintura descascarada y otros productos químicos, como tratamientos de plagas. Fumar es otro factor que incrementa las partículas nocivas del polvo de los hogares, en concreto, de elementos como el cromo y el manganeso. Los hogares que tienen jardín también se encuentran entre los más contaminados, sobre todo por plomo y arsénico. De hecho, dentro del proyecto existe otro apartado específico que analiza la contaminación del suelo de los jardines (VegeSafe), pero en este caso solo admiten muestras de Australia.

 

En el caso de los jardines, parece evidente que al entrar y salir de forma habitual nuestros pies arrastran esa suciedad cargada de elementos no deseables, pero en realidad gran parte del polvo está relacionado con los propios seres vivos. Los habitantes humanos y las mascotas vamos dejando piel y pelo. En otros casos, tiene que ver con el deterioro de muebles o paredes. Entonces, ¿qué cantidad entra directamente de fuera? Los investigadores calculan que un tercio, y por eso se muestran favorables a dejar los zapatos fuera de casa.

placeholderLimpieza del hogar.
Limpieza del hogar.

Al margen de los datos sobre metales pesados, investigaciones anteriores ya apoyaban esta idea debido a la posibilidad de introducir agentes patógenos. No, no estamos hablando del coronavirus, pero sí de otros microorganismos. Por ejemplo, la bacteria Clostridium difficile, que causa problemas intestinales, ya fue identificada como muy abundante en suelas de zapatos en una investigación publicada en 2014. Lo mismo ocurre con Escherichia coli, que aparece en el 96% de las muestras estudiadas en otro trabajo. De hecho, en una investigación publicada hace dos años en ‘PLOS Pathogens’, científicos de EEUU destacaban que el polvo doméstico contenía una elevada presencia de genes que provocan que las bacterias sean resistentes a los antibióticos, un grave problema de la medicina actual que ya amenaza con inutilizar muchos medicamentos y que podría agravarse en las próximas décadas.

 

En cualquier caso, ninguno de estos estudios de forma aislada nos puede decir hasta qué punto esta contaminación es realmente significativa o peligrosa para la salud. Está claro que casos extremos como los de Ghana no son recomendables, pero ¿haríamos bien en intentar extremar la limpieza hasta librarnos de bacterias tan cotidianas como las de estos últimos estudios? El debate está abierto, porque muchos estudios apuntan en los últimos años a que el exceso de higiene de la vida moderna ha desentrenado a nuestro sistema inmunitario y ha incrementado problemas como las alergias.

Por Admins

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