La semana pasada, Balenciaga lanzó un par de zapatillas sucias o, en realidad, ‘destruidas’. De entrada, la firma publicó una imagen de unas zapatillas totalmente hechas jirones como si hubieran sobrevivido a un rayo divino, un desprendimiento de tierra o el ataque de un perro rabioso. Lo que saldrá a la venta es una versión un poco menos estropeada del calzado, en edición limitada de 100 pares y a 1.450 euros cada uno. Hay también una opción algo más comercial: zapatillas de bota tipo mule, con el talón desgarrado, como si hubiesen vivido incontables viajes en metro, esforzados paseos y noches de fiesta, a un precio de entre 470 y 600 euros.
Este rocambolesco signo de opulencia cobra todavía más capas de interés cuando lo descifra un ojo experto en moda. En tales círculos, unas zapatillas sucias –más si son de una marca de lujo– tienen unas connotaciones diferentes a las de cualquier par medio gastado: “La moda es comunicación, pero no es tan clara como mucha gente se piensa. Aunque lleves unos zapatos de Balenciaga carísimos, si la gente no es consciente de su coste, no dirán mucho acerca de ti», explica la profesora Carolyn Mair, autora de The Psychology of Fashion [La psicología de la moda]. «Pero si perteneces a ese grupo selecto de gente enterada, te das cuenta. Si te encanta Balenciaga y ya has visto antes esas zapatillas desaliñadas, sabes que es un símbolo de estatus. Pero lo que pasa con la moda es que tienes que estar al tanto de lo que se cuece para que el mensaje llegue».
La zapatilla sucia es un concepto interesante si se tiene en cuenta que el calzado es una de las primeras cosas en las que nos fijamos. En un artículo que escribí en 2017 sobre las zapatillas sucias de Gucci, cité un estudio de 2012 publicado en el Journal of Research and Personality donde se señalaba que los zapatos son una de las primeras percepciones que evaluamos al observar a una persona y a menudo actúan como un indicador de la riqueza y el estatus social de su portador. A primera vista, parece lógico pensar que unos zapatos relucientes pertenecen a una persona pulcra y que, además, dispone de tiempo suficiente –y de dinero– como para asegurarse de llevar su calzado siempre impoluto y perfectamente reparado. Esta tendencia en particular, que reaparece cada pocos años, lo que parece indicar, sin embargo, es que los zapatos impecables están en desuso y lo que molan son las suelas decrépitas. En cualquier caso, si no quieres gastarte 1.700 euros, destrozar tus zapatillas a la antigua usanza también vale para conseguir el look.