Robert Timm (delante) y John Cook vuelan en su Cessna 172 modificada. Crédito: Museo de Aviación Howard W. Cannon
A finales de agosto, un dron impulsado por energía solar llamado Zephyr estuvo a punto de batir uno de los récords más duraderos de la aviación.
El avión no tripulado, operado por el Ejército de Estados Unidos y producido por Airbus, voló durante 64 días, 18 horas y 26 minutos antes de estrellarse inesperadamente en Arizona, a solo cuatro horas de batir el récord de vuelo continuo más largo de la historia.
Ese récord lo establecieron hace 64 años, en 1959, Robert Timm y John Cook, quienes volaron a bordo de un avión de cuatro plazas por los cielos de Las Vegas durante 64 días, 22 horas y 19 minutos.
Es sorprendente que el Zephyr, una aeronave ligera con tecnología moderna que volaba de forma autónoma, no solo no consiguiera batir ese tiempo, sino que, aunque lo hubiera hecho, Timm y Cook habrían conservado el récord mundial de resistencia para un vuelo con tripulación.
De hecho, no deja de ser asombroso que Timm y Cook consiguieran mantenerse en el aire durante tanto tiempo, en una época más cercana al primer vuelo de los hermanos Wright que la actual.
El problema del combustible
En 1956, el hotel y casino Hacienda abrió sus puertas en el extremo sur de Las Vegas Strip.
Era uno de los primeros complejos turísticos orientados a las familias de Las Vegas y, en busca de publicidad, el propietario del hotel aceptó la sugerencia de uno de sus empleados: hacer volar un avión con el nombre del hotel en un lateral y utilizarlo para batir el récord de resistencia de vuelo, que era de casi 47 días en el aire y se había establecido en 1949.
El empleado, un antiguo piloto de caza de la Segunda Guerra Mundial convertido en reparador de máquinas tragamonedas llamado Robert Timm, recibió US$ 100.000 para organizar el evento, que luego se vinculó a una recaudación de fondos para la investigación del cáncer.
Timm pasó meses modificando la aeronave elegida, una Cessna 172: «Era un diseño relativamente nuevo», dice Janet Bednarek, historiadora de la aviación y profesora de la Universidad de Dayton. «Es un avión espacioso de cuatro plazas y era conocido por ser fiable y bastante fácil de pilotar, algo a lo que no tienes que prestar atención en todo momento. Y cuando estás haciendo vuelos de larga duración, quieres un avión que simplemente vaya zumbando por ahí».
Las modificaciones incluyeron un colchón para dormir, un pequeño lavabo de acero para la higiene personal, la eliminación de la mayoría de los accesorios interiores para ahorrar peso y un piloto automático rudimentario.
«Lo importante, sin embargo, era crear una forma de repostar el combustible», dice Bednarek. «Hasta entonces se había experimentado mucho con el repostaje aéreo, pero no había forma de modificar una Cessna 172 para que pudiera repostar en pleno vuelo. Así que instalaron un depósito adicional que podía llenarse desde un camión en tierra. Cuando necesitaban repostar, bajaban y volaban muy bajo, justo por encima de la velocidad de pérdida.
Entonces llegaba el camión, subía una manguera y utilizaba una bomba para transferir el combustible al avión. Era una auténtica exhibición de habilidad aérea, porque a veces tenían que hacerlo de noche y eso requería un vuelo de precisión».
La cuarta es la vencida
Los tres primeros intentos de Timm de batir el récord terminaron abruptamente debido a fallas mecánicas, y el más largo los dejó a él y a su copiloto en el aire durante unos 17 días. En septiembre de 1958, sin embargo, el récord fue superado por otro equipo, que también volaba en una Cessna 172; ahora se situaba en más de 50 días.
Para su cuarto intento, Timm eligió a John Cook, que también era mecánico de aviones, como nuevo copiloto, ya que no se llevaba bien con el anterior.
Partieron el 4 de diciembre de 1958 del aeropuerto McCarran de Las Vegas. Como en los intentos anteriores, el primer paso fue volar bajo sobre un auto a toda velocidad, para que pintaran una de las ruedas de aterrizaje y descartar trampas: «No habría habido forma de seguir su altitud y velocidad en todo momento», dice Bednarek, «así que pintaron una raya blanca en al menos una de las ruedas. Antes de aterrizar, comprobaban que no se hubiera raspado la pintura».
El vuelo transcurrió sin problemas al principio, y la pareja pasó el día de Navidad en el aire. Cada vez que repostaban, en un tramo de carretera muy recto a lo largo de la frontera entre California y Arizona, también recibían provisiones y comida, en forma de platillos de los restaurantes de la hacienda que habían sido machacados para que cupieran en termos, lo que hacía más práctico subirlos al avión.
Las pausas para ir al baño se hacían en un inodoro plegable y las bolsas de plástico resultantes se tiraban después por el desierto. Una plataforma extensible en el lado del copiloto proporcionaba más espacio para afeitarse y bañarse (se enviaba un litro de agua de baño cada dos días).
Los dos se turnaban para dormir, aunque el incesante ruido del motor y las vibraciones aerodinámicas hacían imposible una noche tranquila. Como consecuencia de la falta de sueño, el día 36, Timm se quedó dormido a los mandos y el avión voló solo durante más de una hora, a una altitud de apenas 4.000 pies. El piloto automático les había salvado la vida, aunque dejaría de funcionar por completo pocos días después.
El final, por fin
El día 39, la bomba eléctrica que enviaba el combustible a los depósitos del avión falló, lo que les obligó a empezar a completar la operación manualmente. Cuando por fin batieron el récord, el 23 de enero de 1959, la lista de fallos técnicos incluía, entre otros, el calentador de la cabina, el indicador de combustible y las luces de aterrizaje: «Lo importante era que el motor seguía funcionando, lo que es realmente extraordinario. Es mucho tiempo para estar volando. Aunque lo mantengas lleno de combustible y aceite, al final el calor y la fricción van a causar problemas», dice Bednarek.
A pesar de todo, los dos permanecieron en el aire y siguieron volando el mayor tiempo posible para asegurarse de que su nuevo récord fuera imposible de batir. Aguantaron otros 15 días, antes de aterrizar finalmente en McCarran el 7 de febrero de 1959, tras haber volado sin escalas durante más de dos meses y 240.000 kilómetros.
«Habían determinado que habían superado el punto en el que nadie más iba a intentar esto… y nadie lo ha hecho», añade Bednarek.
«Creo que habían llegado al límite y decidieron que no les habría servido de nada estrellarse, así que bajaron. Estaban en muy mal estado: sabemos que un periodo de inactividad así puede ser muy perjudicial para el organismo, y aunque se movían en el avión, no podían levantarse ni estirarse, y desde luego no podían hacer ejercicio ni caminar».
«Sería como estar sentado durante 64 días: eso no es bueno para el cuerpo humano. Había que sacarlos del avión».
¿Llegará a batir este récord una tripulación humana? Bednarek cree que solo podría ocurrir si el intento implicara que un avión probara alguna nueva forma de propulsión o fuente de energía, para demostrar su utilidad.
Sin embargo, cualquiera que aspire a intentarlo debería tener en cuenta la advertencia del copiloto John Cook, que dijo lo siguiente cuando un periodista le preguntó si volvería a hacerlo: «La próxima vez que tenga ganas de un vuelo de resistencia, me encerraré en un bote de basura con una aspiradora encendida y le pediré a Bob [Timm] que me sirva carne troceada en un termo. Eso, hasta que mi psiquiatra abra su consultorio por la mañana».