A comienzos de la década del 2000 buena parte los países de América Latina estaban gobernados por partidos de izquierda o centroizquierda, y un grupo de presidentes agrupados en el «Socialismo del siglo XXI», entre ellos Luiz Inácio Lula da Silva, mantenían buenas relaciones entre sí en base a una agenda en común.
En 2005 el fallecido presidente de Venezuela, Hugo Chávez, promovió por primera vez las ideas de este «Socialismo del siglo XXI» durante el Foro Social Mundial en Caracas, y el término, de difícil definición, pasó a ser a utilizarse como una categoría informal en la que se agruparon estos Gobiernos.
Además de Chávez en Venezuela, otros líderes asociados a este «Socialismo del siglo XXI» fueron Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner (fallecido en 2010) y Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Fernando Lugo en Paraguay, Fidel y luego Raúl Castro en Cuba, y Lula da Silva en Brasil.
En casi todo estos estos países, salvo Venezuela y Cuba, estos Gobiernos fueron eventualmente sucedidos por partidos de derecha (como Mauricio Macri en Argentina y Jair Bolsonaro en Brasil), a la manera de un péndulo.
Y en los dos últimos años, especialmente tras la pandemia de covid-19, una vez más candidatos de izquierda y centroizquierda, aunque con un estilo muy diferente, comenzaron a ganar las elecciones en la región: desde Gustavo Petro en Colombia a Gabriel Boric en Chile, hasta Pedro Castillos en Perú y Xiomara Castro en Honduras. (Argentina, con Alberto Fernández, y México, con Andrés Manuel López Obrador, se habían adelantado en 2019 y 2018).
Ahora, uno de los últimos miembros del «Socialismo del siglo XXI» y figura de referencia del progresismo en América Latina, busca otra vez ser presidente: Lula da Silva, de 76 años, competirá este domingo en las elecciones en Brasil, en las que se enfrentará con Bolsonaro, y lidera en las encuestas.
Un triunfo de Lula significaría el retorno del último «Socialista del siglo XXI» que aún se mantiene activo (junto a Cristina Fernández de Kirchner, que es la actual vicepresidente de Argentina en un Gobierno de coalición), pero esto tendría lugar en un mundo muy distinto al de 2003, cuando el líder del Partido de los Trabajadores (PT) accedió por primera vez a la presidencia de Brasil.
Además, el legado de Lula y, en definitiva, las ideas de aquel progresismo de principios de siglo no están necesariamente en sintonía con las de la nueva ola de jóvenes presidentes de izquierda y centroizquierda en la región.
Contextos diferentes
Lula, un ex líder sindical y líder del PT que ya se había postulado en las urnas en 1989, 1994 y 1998, ganó las elecciones y accedió por primera vez a la presidencia en 2002, recibiendo el Gobierno de manos del presidente Fernando Henrique Cardoso.
El Brasil de Cardoso había logrado estabilizar la inflación de principios de la década de 1990 con el Plan Real y consolidar al país como un actor importante en la región y el mundo, pero también había contraído una enorme deuda, sufrido una devaluación histórica y estaba en proceso de recibir un rescate del Fondo Monetario Internacional.
Lula recibió en 2003 un país ordenado pero desigual, y su llegada coincidió con el inicio de una etapa de precios internacionales altos para las materias primas. Esto, sumado a una política económica de reducción se gastos, pago de deuda y apoyo a la creación de empleo, llevó a que la economía brasileña experimentara años de alto crecimiento, que sumados a planes sociales como Hambre Cero, tuvieron un impacto notable en la reducción de la pobreza.
Al mismo tiempo, los ataques terroristas del 11 de septiembre desviaron la atención de Estados Unidos en la región, y la asertividad de Brasil creció enormemente, llegando a formar parte del grupo de los BRICS (Brasil, Russia, India, China y Sudáfrica) y consolidándose como una de las economías más importantes del mundo.
El Brasil de 2023 está atravesado por otras tensiones. No hay boom de las materias primas (aunque algunas de estas han estado subiendo por el conflicto en Ucrania) y la economía, que aún se recupera de la pandemia de covid-19, está estancada desde hace años: de ser la número seis del mundo en 2011, se encuentra ahora en el puesto 12.
Además, la comunidad internacional se encuentra en un momento de tensión por la guerra de Rusia en Ucrania, con escaladas militares, aumentos de los precios de la energía y movimientos de alianza con un futuro incierto.
Mientras tanto, al conflictividad interna está en alza desde la llegada de Bolsonaro al poder. Y la imagen del PT aún no se recupera de la destitución de Dilma Rousseff, protegida de Lula, en 2016, ni de los escándalos de corrupción del Mensalão, ligado al pago de sobornos a legisladores, y Petrolão, en torno a sobornos vinculados a al petrolera estatal Petrobras. Este último llevó incluso a una condena contra Lula, que pasó 19 meses en prisión antes de que en 2021 la Corte Suprema anulara el proceso.
¿Una nueva izquierda?
«Más que una nueva izquierda, hay un nuevo progresismo, que se diferencia del primer ciclo que tuvimos en los 2000 con Chávez, con Morales, con Correa», dijo a CNN Mauricio Jaramillo, profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, en Colombia, sobre los recientes triunfos de candidatos de izquierda que preceden a las elecciones en Brasil.
«Eran progresismos más personalistas, querían hacer refundaciones, nuevas constituciones, nuevos marcos jurídicos, como pasó efectivamente en Venezuela, Bolivia y Ecuador, ahora tenemos un progresismo, más moderado y de múltiples sectores, ya no es la figura de un de una persona, ya no es Boric, no es Petro, no es Fernández, hoy hablamos de un progresismo mucho más moderado y centrado, más de centroizquierda que a la izquierda, más responsable frente al mercado, más moderado frente a la relación con Estados Unidos», agregó.
Para Jaramillo hay además un común denominador en la transición energética y una agenda ligada al cuidado del medio ambiente, considerando que en el pasado Bolivia, Ecuador y Venezuela se concentraron en un modelo extractivista.
El cuidado del medio ambiente, y en especial del Amazonas, es uno de los puntos centrales en juego en las elecciones en Brasil. Bolsonaro, el actual presidente, se ha mostrado crítico de quienes buscan actuar para frenar el cambio climático, y desde su ascenso tanto la deforestación como las emisiones de carbono han aumentado.
Sandra Borda, analista política internacional y excandidata a senadora por el Nuevo Liberalismo en Colombia, dijo a Juan Pablo Varsky de CNN que «en el caso de América Latina, hay un movimiento hacia la izquierda pero no es la misma izquierda de hace una década, no es otra vez la ola rosa de las épocas de Chávez, Lula, Unasur y la Celac. Yo creo que este movimiento es de una izquierda bien distinta, un poco más moderna y con la intención de actuar colectivamente pero bajo premisas distintas».
Mientras que para Andrés Oppenheimer, de CNN, «a diferencia de lo que pasó entre el 2005 y el 2015, en que Hugo Chávez viajaba por América Latina prometiendo préstamos en medio de una bonanza de los precios de las materias primas, hoy en día la situación es muy diferente: Venezuela está quebrada, y México, Argentina, Chile, Perú y la propia Colombia también están pasando por un mal momento económico después de una pandemia devastadora».