En su décima visita oficial a Israel y la primera como presidente de Estados Unidos, Joe Biden ha vuelto a una región muy diferente a la que conoció como senador en 1973. Entonces cuando se reunió con la primera ministra israelí Golda Meir poco antes de la Guerra de Kipur no imaginó que un día se convertiría en el primer presidente estadounidense en tomar un vuelo directo desde Tel Aviv a Arabia Saudí. Ni que Irán, entonces aliado de Israel, sería hoy su gran enemigo.
La visita a Jerusalén y Cisjordania es el gran aperitivo al plato fuerte de su primera gira presidencial en Oriente Próximo: Yeda. Allí, a partir del viernes por la tarde, Biden promoverá un mayor acercamiento entre israelíes y saudíes en el marco de los Acuerdos de Abraham y la alianza árabe-israelí ante la amenaza común iraní y buscará la ayuda de la monarquía saudí para combatir la inflación en EE.UU y los efectos energéticos causados por la invasión rusa de Ucrania.
A primera hora de la tarde, el Air Force One aterrizó en un país inmerso en una profunda crisis política interna ( reciente convocatoria de las quintas elecciones desde 2019) pero con fortaleza geoestratégica traducida en la normalización de relaciones con Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Marruecos y Sudán.
Biden empezó su discurso a pie de pista del aeropuerto Ben Gurion mostrando su alegría por regresar a un país que, dijo, admira desde su infancia. «No hay que ser judío para ser sionista», afirmó.
«Me enorgullece decir que nuestra relación con Israel es más profunda y fuerte que nunca», añadió reafirmando tanto «el compromiso inquebrantable de EE.UU con la seguridad de Israel» como la solución de los dos Estados como «la mejor opción para garantizar libertad, prosperidad y democracia de israelíes y palestinos». Eso sí, admitió que no lo ve posible en un futuro cercano.
«Es una visita histórica porque expresa la relación inquebrantable entre nuestros dos países y nuestro compromiso a valores compartidos: democracia, libertad y el derecho del pueblo judío a tener su propio Estado», señaló el primer ministro israelí, Yair Lapid, que definió a Biden como «uno de los grandes amigos que ha tenido Israel».
«Dialogaremos sobre la construcción de la nueva arquitectura de seguridad y económica con los pueblos de Oriente Próximo y la necesidad de renovar una fuerte coalición global que detenga el programa nuclear iraní», declaró. En apenas dos semanas en el cargo tras la desarticulación de la heterogénea coalición, Lapid se ha reunido con el presidente francés, Emmanuel Macron, en París y ahora ejerce de anfitrión de Biden. El líder centrista espera que le ayude a consolidar la imagen de «estadista» de cara a los comicios del próximo 1 de noviembre ante el ex primer ministro Benjamin Netanyahu.
Debido a las altas temperaturas y quizá a su edad (79), Biden no se desplazó a la base Palmajim para ver los sistemas aéreos de defensas israelíes sino que éstos fueron llevados a un hangar del aeropuerto. Lapid y el ministro de Defensa, Benny Gantz le mostraron las capas de su sofisticado escudo defensivo, en parte financiado por EE.UU: «Flecha», «La Honda de David», «La Cúpula de Hierro» y el aún no operativo «Rayo de Láser».
«NUNCA OLVIDAR»
En pocos minutos, Biden pasó de conocer el sistema láser creado para neutralizar proyectiles y drones a reavivar la «Llama Eterna» en el Museo Yad Vashem en Jerusalén. En la institución que recuerda a los seis millones de judíos asesinados por los nazis, Biden también conversó con Giselle Cycowicz (95) superviviente de Auschwitz-Birkenau y Rena Quint (87) que fue deportada a Buchenwald donde su padre fue asesinado. «Estamos tan emocionadas de verle aquí (…) Este país (Israel) defenderá a todos los judíos. Ningún enemigo nos destruirá», le dijo una de las dos ancianas israeloestadounidenses a Biden que, también emocionado, se olvidó de los protocolos del coronavirus y dio un beso a cada una: «Dios os quiere». «Debemos enseñar a todas las generaciones futuras que puede volver a ocurrir si no recordamos. Esto es lo que les enseño a mis hijos y nietos, nunca olvidar», escribió en el libro de visitas.
«Se puede considerar como una visita sentimental ya que Biden estuvo aquí muchas veces pero también importante porque refuerza su figura de estadista internacional en momentos que necesita refuerzos ante los malos sondeos en EEUU. También lo es para el Gobierno israelí antes de las elecciones», dice el comentarista israelí Nadav Eyal a EL MUNDO.
Eyal reveló hace semanas encuentros entre altos cargos militares saudíes, egipcios, emiratíes, israelíes y jordanos para la coordinación de seguridad con énfasis en la defensa antiaérea ante los drones iraníes. «Biden puede promoverlo estos días en la región pero la coordinación de seguridad entre Israel y países árabes empezó sin la intervención de EEUU», aclara. «Israel es la parte cómoda de la visita. Lo difícil es Arabia Saudí porque por un lado debe traer resultados y por otro romper la promesa electoral de que será un Estado paria«, concluye apuntando como relevante factor la visita del presidente ruso Vladimir Putin a Teherán prevista la próxima semana.
Que la primera parte de la gira regional sea el aperitivo no significa que no tenga ingredientes con sustancia. Como el «Documento de Jerusalén» que Biden y Lapid firmarán este jueves en el que blindan las relaciones estratégicas, el compromiso a que Irán no tenga armas nucleares, el derecho de Israel a la autodefensa y el deseo de promover la normalización con más países árabes.
El viernes, Biden visitará un hospital palestino en Jerusalén Este y se reunirá en Belén con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Abu Mazen. Pero los palestinos no se hacen ilusiones ya que más allá de buenas palabras y ayuda económica, no trae ninguna iniciativa para reanudar la negociación que conduzca a un Estado palestino.
Biden finalizó la primera jornada con un recuerdo que le refrescó Lapid: «Hace ocho años cuando eras vicepresidente, me dijiste que si tuvieras mi cabello serías el presidente de EEUU y yo te respondí que si tuviera tu altura yo sería primer ministro israelí».